Graciela Iturbide en Oviedo: poesía en blanco y negro entre vigas de acero

Hay exposiciones que dejan huella no por su tamaño, sino por la forma en que ocupan el espacio.
La de Graciela Iturbide en la Fábrica de Armas de La Vega, en Oviedo, fue una de ellas.
Una propuesta pensada para acompañar los Premios Princesa de Asturias, breve en calendario pero impecable en ejecución.
Lo interesante fue ver cómo una nave industrial, de muros altos y estructura metálica, se transformó en un lugar silencioso, cálido y perfectamente adaptado a la obra.

La entrada: una idea sencilla y eficaz

El recorrido comenzaba con una instalación de maíz natural, dispuesta a ambos lados de la puerta.
Una decisión que parecía sencilla, pero que cambiaba por completo la percepción del acceso.
Atravesar ese pequeño pasillo vegetal era como entrar en otro ritmo: el de la tierra, el del tiempo lento.
El olor, el color seco de las hojas y el sonido al rozarlas funcionaban como una introducción sensorial, muy coherente con la mirada de la artista.
La idea y ejecución fueron de Materia Botánica , y lo cierto es que consiguieron un efecto de naturalidad que pocas veces se ve en montajes temporales.

Graciela Iturbide: una mirada que escucha

Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) pertenece a esa generación de fotógrafos que no necesitan artificios para construir un lenguaje.
Discípula de Manuel Álvarez Bravo, aprendió pronto que la fotografía no es cuestión de captar el instante, sino de entenderlo.
Su trabajo ha recorrido comunidades indígenas, rituales, paisajes, animales y rostros con una serenidad que resulta casi rara en estos tiempos.

Lo que impresiona en sus imágenes no es el exotismo ni la distancia, sino la proximidad.
Iturbide no impone la cámara: la usa como quien conversa.
Su blanco y negro, siempre limpio, se sostiene sobre una composición precisa y una luz que parece surgir del propio tema.
Hay en su obra una mezcla de respeto y observación que convierte lo cotidiano en algo esencial.

La exposición: orden, ritmo y claridad

La muestra, titulada España y México, reunió 173 fotografías seleccionadas por la propia autora y comisariadas por Beatriz Mackenzie para la Fundación Princesa de Asturias.
La distribución y el ritmo de las salas se adaptaban a la escala monumental de la Fábrica de Armas con inteligencia.



No había artificio ni exceso: las obras se colocaban en diálogo con el espacio, dejando aire entre ellas.
Esa distancia justa permitía que cada imagen respirara.

En el interior, grandes cortinas blancas suspendidas desde la estructura superior tamizaban la luz y creaban una atmósfera neutra, muy adecuada para su fotografía.
El conjunto resultaba equilibrado, sin pretensiones escenográficas.
Se notaba una intención de respeto hacia el edificio y hacia la obra.


Durante esos días, además, se organizaron actividades paralelas —entre ellas talleres en colaboración con el Estudio Pablo de Lillo—, lo que reforzaba la idea de que la Fábrica de Armas se está consolidando como un espacio cultural de referencia en Oviedo.

España y México: dos miradas que se tocan

El diálogo entre ambos países no se planteaba desde la comparación, sino desde la continuidad.
Las imágenes tomadas en México y las realizadas en España compartían el mismo pulso: el interés por lo cotidiano, por lo simbólico, por la luz natural.
En ambas series, lo humano aparece sin dramatismo, con la distancia justa para que el espectador pueda mirar sin sentirse guiado.














Lo más destacable es la coherencia de su mirada.
No hay grandes contrastes ni intenciones efectistas.
Iturbide observa y deja que la imagen se construya sola, desde la realidad.

Rara avis: el cierre perfecto


El recorrido terminaba con Rara avis, una instalación audiovisual pensada como complemento, no como epílogo forzado.

En ella, sus fotografías se proyectaban en movimiento, manteniendo el mismo tono de sobriedad y ritmo pausado.




Era una pieza silenciosa, bien integrada, que ampliaba su universo sin romperlo.
Un cierre medido, como todo en esta exposición.

Una muestra efímera, pero redonda

La exposición solo estuvo abierta los días de los Premios Princesa de Asturias, lo que reforzaba su carácter efímero.

Sin embargo, pocos montajes recientes han logrado una integración tan natural entre espacio, obra y montaje.
Nada sobraba.
Todo estaba en su sitio, pensado para mirar con calma.

Quizá por eso, al salir, la sensación era la de haber asistido a algo sencillo pero muy bien hecho.
Sin alardes, sin dramatismo.
Solo fotografía, arquitectura y una idea clara de cómo dialogan entre sí.

Una exposición discreta y, precisamente por eso, impecable.

Espero que os haya gustado
Hasta el próximo post!!

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